
La palabra «Estraperlo» proviene del nombre de dos socios holandeses Strauss y Perlowitz que, durante la Segunda República, trajeron a España una ruleta eléctrica trucada.
Las autoridades se dieron cuenta y la prohibieron aunque, antes de percibir el truco, ya estaban involucrados personajes famosos relacionados con presidente del Consejo de Ministros.
Con lo que se quedó en la definición que da el Diccionario de la Lengua de la palabra «Estraperlo»: “Comercio ilegal de artículos intervenidos por el Estado y sujetos a tasas”.
Este término, comenzó a emplearse para designar el comercio clandestino de alimentos durante la postguerra.
En Extremadura hubo este tipo de comercio en el Aceite de Oliva, que permitía a los vecinos de la zona minimizar la pobreza de aquéllos años.

Luisa Castellano Rodríguez segunda de once hermanos, nacida por circunstancias de la vida en Béjar (Salamanca) llega muy pequeña a Plasencia y allí reside a día de hoy (13 enero de 2025) con 96 años de edad. Es madre de 5 hijos, abuela de 10 nietos y bisabuela de 7. La memoria le hace trampas desde hace años y no recuerda quienes somos pero nosotros sí sabemos lo maravillosa madre que es y por eso este homenaje es tan especial para la familia.
Ese ha sido su mayor oficio el de madre pero trabajó desde que era niña en la fábrica del pimentón, en la de caramelos, limpiando en una oficina durante muchos años aunque estuviese casada (que estas cosas algunos no las veían bien), ella decía que era para sus gastos.
Estuvo al lado de su marido Fernando toda la vida, hasta que su muerte les separó, fue su gran amor. Mujer luchadora y trabajadora ejemplo como otras muchas de cómo sobrevivir a la dureza de aquellos años en los que les tocó vivir. No podemos olvidar de dónde venimos y todo lo que estás mujeres hicieron por nosotras a su manera.
A mi madre le gustan las mesas y los manteles grandes, las sonrisas de los pequeños, que no quede nada en el plato, cantar mientras tiende la ropa, mirar «los santos» de las revistas, el café «migao», que le llames al llegar a casa, que no vuelvas sola, que no bebas del vaso de nadie, que no saltes en las camas, los sándwich de nocilla de tres pisos, la nata de la leche untada en el pan con azúcar, el olor a limpio, la copla, los geranios, los platos de cerámica, los collares, endeudarse con los Santos y con su Virgen, tener la casa llena de fotos, cardarse el pelo y pintarse los labios de rojo. Nunca se puso un pantalón y ninguna noche se fue a dormir sin besar a su marido a pesar de los enfados.
Mi madre tiene ahora noventa y seis años y sólo recuerda su nombre y el de mi padre. Se lleva consigo todo lo malo que debió pasar siendo apenas una niña en esos años de guerra y de posguerra pero ha pagado un precio alto y es el de tampoco recordar a sus cinco hijos aunque nos mira diferente, seguro.
Es la segunda de once hermanos de los que vivieron nueve por aquellas cosas que pasaban entonces. Era una de esas niñas a las que vestían de domingo para ir a llorar a otros que morían y de las que vendían café en la estación de tren para ayudar en casa, a los trenes de militares que llegaban a Plasencia en los años de guerra. Pocos años después mi abuelo no quería que lo hiciese porque se empezaba a poner muy guapa «Miss Estación» llegó a ser.
El aceite era entonces un lujo al alcance de pocos. Ella decía siempre que nunca le faltó de nada pero pasaron necesidades. La verdad es que aprendieron a vivir con poco a la fuerza. Esta es la historia de mi madre, que supo trabajar desde pequeñita en una fábrica de caramelos y lavando ropa pero podría ser la historia de otras muchas mujeres que se dejaron muchas cosas por el camino para alisar el terreno a otras.
Esta es mi madre, ella apenas lo recuerda, pero yo sí sé quien es. Los listones a veces están tan altos que son imposibles de alcanzar. Con intentar hacerlo lo mejor posible tengo que conformarme de momento. Si consigo que mis hijas me quieran tanto como yo a ella será un trabajo bien hecho. Orgullo.
Texto de Mercedes Neria Castellano, hija de Luisa.